Ese Otoño

Otoños llenos de llanto, del sutil canto de la hojarasca rozando la espalda.   Otoños sin el aroma del jazmín, sin la miel de sus labios, sin el lucero de sus ojos.   Ese otoño que se robo el sol el calor de tu abrazo arrancando de tajo el corazón.   Otoños de llanto, de […]

Ese Otoño

Udazken

Ni silencio, ni nada,
que muriendo de sed
soy seco sauce
que escarba un sueño
buscando el agua.

Ni silencio, ni nada,
de puro polvo se me llena la boca,
ni el llanto mudo retuerce el nudo
que me rompe la garganta.

Ni silencio, ni nada.
Ni grito sordo,
ni golpe seco,
ni voz callada.

Desierto está el camino
que corría hacia mi casa,
se diluyen mis zapatos
en su cauce,
hecho de aristas y de grava.

Hambre de brisa,
se fue la prisa llegó el otoño,
pintura en ocre
de recuerdos y manzanas.

Ahora, en los árboles,
los nidos solo son tristeza y paja,
notas de ausencias adormecidas
en el pentagrama de las ramas,
sonata en pausa,
Sol sostenido condenado a la distancia.

Ni silencio, ni nada,
que cayendo la noche
me cubro el pecho de fría escarcha.
Ni silencio, ni nada,
que en mi lecho de espinas
se desgarra la luna buscando el alba.

En las miradas,
cae la nostalgia
en jirones de espuma
y agua salada.

Ni silencio, ni nada.
Ni espera muda,
ni verso blanco,
ni madrugada.

Baku



Tras varias tristes vidas esperando nada
salí de mi letargo con hambre de cualquier cosa que fuese azul.

Habían limpiado ya las calles
y no quedaban piedras en las que tropezar
para poder así culpar a algún otro ser muriente
de mi suerte o mi torpeza.

También lo habían inclinado todo hacia abajo
y parecía que, por pura inercia,
hoy sí que llegase hasta algún sitio.

Para mí, que no estaba acostumbrado a los destinos,
la situación me provocaba un incierto vértigo
y me ofrecía un pinchazo de terror a cada paso.

Toda meta es una muerte y yo,
que ya había muerto otras veces
sabía que no me iba a gustar.

Hay quien dice que lo hermoso de la situación es que,
tras morir, renaces,
pero yo, aún renacido, añoraría al difunto.

Sería una lástima morir ahora que ya todo yo era de mi talla
y mis articulaciones coincidían enteramente con mis dobleces.

Empezaba a gustarme un poco
y podía hablar desde arriba esgrimiendo la experiencia.

Si sucedía nuevamente sería vulnerable,
tendría que desaprender algunas cosas,
pisar liviano,
y tal vez enamorarme de nuevo…
¡Con lo que eso dolía!
¡Qué pereza!

Tenía que evitarlo.
Comencé a mirar alrededor,
conteniendo los pasos y el aliento.

A mis costados me iba adelantando toda esa gente
que se deja llevar y se visten la cara con estúpidas sonrisas.

Yo, por mi parte buscaba desesperadamente
algo a lo que asirme, pero todos los arbustos de la orilla
me parecieron muy endebles.

Mi final se encontraba cada vez más cerca,
vi tres arañas tejiendo un telón
y me puse a emanar sudores y arritmias.

En mi desesperación urdí un plan.

De mi propia oscuridad extraje un agujero
y lo tendí delante de mí.
Sólo tuve que dejarme caer y, una vez allí,
me quedé muy quieto y callado.

Contuve el aliento y dejé pasar los minutos y los años.

Todavía sigo aquí.

De vez en mes asomo la cabeza
y veo pasar alguna que otra alimaña,
un ratón de campo, o un pájaro.
Una vez creí ver una ardilla
o quizá sólo lo soñé.

Ahora vuelvo a tener hambre
y me sigue apeteciendo comer algo azul.
Aquí no hay nadie con quien hablar.

Puede que un día salga y me deje llevar…

De profundis

Es allá donde le cielo comienza a desplegarse

en donde mis ojos buscan la noticia del soñado renacer de los colores.

La noche me ha atrapado en su nostalgia

y no encuentro ni un resquicio en el que

introducir la boca,

o la nariz

para inflar mi corazón con aire.

Quiero el Sol,

la claridad,

y deseo ser humano intrascendente,

borrar el yo agobiante que oscurece mis letargos,

noches breves de estructura en tobogán,

días largos de aventura y laberinto,

actuar y no pensar,

caminar

y caminar

y caminar

cada paso en un verso diferente,

ser instinto y tropezar

caer,

y caer

y caer,

y sentir clavarse el suelo en mis rodillas

alejarme de mi mismo hasta el ser irracional

ser consciente de las formas

aprender a despertar de mis letargos

y llorar de dentro a fuera.

Debería ser normal.

¿Dónde está mi horizonte prometido?

El reloj aterrador de la mañana se detiene,

mis tinieblas no se pueden disipar,

no respiro me concentro en aguantar,

agonizo,

y agonizo,

y agonizo,

ahogándome en mi mismo,

ese abismo tan fractal y tan profundo,

y me hundo en la negrura

de mi mente.

Tránsito


Pasan las estaciones,
silenciosas,
tras la ventana.

Invierno,
mediodía,
nostalgia
y sueño.

Me alejo en todas las direcciones a la vez
mientras permanezco,
muy quieto,
en mi milésima de segundo.

La gota en el cristal se torna en suciedad,
silueta oscura,
recuerdo de una humedad hecho polvo
y que sólo puede borrar otra humedad.

El mapa de mi mundo-habitación
tiene ya los colores muy tenues
y cabe preguntarse cuando aceptarán su derrota
y se tornarán, definitivamente,
en una escala de grises.

Para sentarme,
como para morir,
me basta el suelo.

Diseminados a mi alrededor
se esparcen todos mis poemas,
tambien los que, por cobardía,
jamás he escrito.

Si los juntase en un solo relato
podría armar una máscara
que me sirviese de sonrisa,
de mentira y de coraza,
pero, llegados a este rincón del escenario
ya no es necesaria,
nadie mira a los silencios sostenidos.

Pasan las estaciones,
pasan los paraguas y los transeúntes,
y los niños,
y los gatos con esa autosuficiencia
de parecer siempre saber a dónde van.

Ya casi no consigo ver nada tras el cristal,
pasan las estaciones
y puede que afuera nadie imagine
que aún existo,
como un punto fijo,
inamovible,
esperando nada.

Puede que nadie sepa que sigo aquí,
detenido en mi diminuta parcela de tiempo
sintiendo como el polvo me seca los ojos,
como la ausencia me agrieta los labios.

¡Ojalá

lloviese

de nuevo!…

Azul

Todo lo vuelve azul,
como besando,
cerrar los ojos,
azul,
despacio,
creando azul
y derramando azul
a cada paso.

Intenso y lento azul de terciopelo,
azul de vasos,
azul,
como pañuelos que despiden a los barcos,
azul de espinas,
azul de sueño,
azul de lágrimas muriéndose en los charcos.

Azul sonrisa,
azul poema,
azul tan frío,
y azul tan cálido que quema.
Todo lo vuelve azul,
mi miedo azul, caricia azul
en la palma de mi mano.
Todo lo vuelve azul.

Azul…

Como besando…

Bennu

Necesito ser derrotado cada día.

Cada hora
necesito olvidarme de mi nombre y del reloj,
necesito buscar siempre dos salidas,
despertarme en otras camas,
tener siempre preparada la maleta,
dar otra vuelta de tuerca,
romper todos los jarrones del salón.

Necesito confesarte que te sueño,
ser un íntimo deseo que imaginas cuando te quedas a solas en tu mundo de papel,
necesito ser el lirio en «el gran masturbador»,
enredarme con tu pelo,
perder pie y caerme en el vacío por querer tocar el Sol.

Necesito sonreír mientras me hundo,
dando vueltas,
en el más negro silencio.

Necesito despeinarme,
por favor.

Necesito sujetarme el pecho herido
a la altura del lugar en que imagino un corazón.

Necesito desollarme las rodillas en el suelo,
cegar mis ojos con un llanto contenido,
necesito que sentir tenga sentido
y no encontrarme el equilibrio y la razón.

Necesito echarme al raso con la piel soñando el tacto
de una tela que le sirva de caricia y armadura,
necesito la locura del poeta,
no llegar nunca a la meta,
hospedarme en la amargura de una nota equivocada de trompeta,
no curarme las heridas y creer en el amor.

Necesito no saber cuando es ahora o es ayer,
olvidarme del paraguas, del sombrero y la cabeza
y morirme cada noche con el miedo y la certeza de que no despertaré.

Necesito ser vencido por la vida y luchar eternamente en el bando perdedor.

A Mar

Me faltaba la voz, la notaba anudada en la garganta, y no supe que decir.

Sí.

Pretendí sacar del pecho algún quejido, un silbido que cruzase la frontera de mi cuello, que estallase en la barrera de un latido e inclinase una palabra a mi favor.

Perdí mi voz,
mi boca se llenó de arena.
Morí de amor
por un canto de sirena.

¡Sangre a babor!

¡Agua en las venas!

¡Ya tengo el mástil rodeado de cadenas!

Al lento oscilar
de las mareas,
llegó la noche,
envuelta en velas
perforadas por estrellas.

No hubo piedad
y con su aliento
hizo girar el tambor de la ruleta.

No pude más,
quise llorar,
pinté en mis manos
las derrotas y las penas.

Me arrodillé
me así a sus piernas,
soñaba un beso,
mojé mis labios con el filo de la lengua,
henchí mi pecho con la galerna,
grité a los vientos,

¡Probad un poco de la sal que me envenena!

¡Miedo a estribor!

¡Tierra en las venas!

Cada suspiro es una vida de condena.

Por perseguir una ilusión
perdí la voz y la inocencia.

Se oye un rumor…

Vendí mi alma por un canto de sirena.

O Solpor

No cabía tanto atardecer en mis pupilas.

La agonía de la luz confundía los colores en translúcida harmonía y, en el arco en que la tierra se besaba con el cielo, todo ardía.

Los ojos se inundaron de tristeza y despedida.

Se iba el día en destellos de belleza consumida por la noche, un derroche de color que se moría, una plácida derrota, una gota rebosando el horizonte, el silencio de una huida, una vida que se esconde en otra vida, el rescoldo de una hoguera, la utopía y la quimera de un dormir tan apacible. 

Una música imposible para el réquiem de una tarde.

No cabía tanto adiós en mi mirada, tanto miedo al que aferrarme y el  morir de tanta luz acabó por deslumbrarme.

Caer

​Todo gira lento. 

Observo mi brazo izquierdo 
en toda su longitud 
y pienso que es la distancia máxima 
a la que puedo alejarme de tu cuerpo.

Me da vértigo ir más atrás, 
más lejos. 
Temo perder el hilo de la conservación
y no saber volver. 
Temo verme ciego acariciando mi vacío.

Temo girar y girar, 
y caer hacia arriba, 
o hacia atrás 
en un atardecer eterno 
sin un retazo de piel 
al que poder asir mis manos.

Temo ahogarme en una eternidad 
inmensa e infinita, 
en una enormidad 
que no me quepa en los pulmones 
y deshacerme desde dentro.

Temo que no pueda alcanzarte
ni siquiera con los ojos, 
recorrer los caminos al revés, 
no ver tu luz 
y que te vuelvas ilusión y sueño.

Temo no saber volver. 

Mi brazo izquierdo, 
su longitud, 
esa distancia insuperable, 
sin marcha atrás, 
sin soledad, 
mi laberinto de Teseo.